martes, 1 de julio de 2014

Morir con las botas puestas

Por Roberto Prieto (@22_rober)

Hasta aquí hemos llegado, y que sea lo que tenga que ser. Este sería el pensamiento de los argelinos antes del partido más importante de sus vidas frente a la todopoderosa Alemania de Löw. Habían pasado como segunda de grupo contra todo pronóstico y se convertían así en la segunda selección del norte de África en clasificarse para octavos de final en la historia de la Copa del mundo tras Marruecos en 1986.

Si algo bonito está teniendo este mundial es que, ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Más allá de lo que podrían haber soñado, los hombres de Halilhodzic arrancaron el encuentro dominando, aprovechándose de una defensa lenta y vulnerable, que obligaba continuamente a Neuer a salir de su portería y actuar prácticamente de líbero.

Varias ocasiones testificaban lo cerca que Argelia se encontró del gol frente a la inoperancia teutona, con muchos jugadores en la zona central y unos laterales incapaces de aportar con criterio en ataque. Un gol bien anulado a Slimani por fuera de juego enmudeció por momentos a los bávaros que solo lo intentaron con algún golpeo que M’Bolhi atrapó sin demasiados problemas. Solo en los últimos 5 minutos de la primera mitad despertó ligeramente Alemania que se fue al descanso con la sensación amarga del trabajo mal hecho. Todavía no habían sufrido tanto en este Mundial.

Lance del choque
Arrancaba la segunda parte por los mismos derroteros que la primera. Alemania incapaz de crear peligro serio, un ligero dominio que no se lograba transformar en ocasiones de renombre. El partido se fue convirtiendo en un ida y vuelta en el que cualquiera podría haber marcado, los alemanes finalizando sus posesiones y Argelia con transiciones rapidísimas a la contra en las que Manuel Neuer seguía actuando de último defensor saliendo del área en numerosas ocasiones.

Los minutos pasaron y el cansancio fue haciéndoles daño a unos jugadores argelinos que jugaban más con el alma que con el cuerpo. Cerrados atrás mientras Alemania, mejorada con la entrada de Khedira por Mustafi (Lahm al lateral), se chocaba una y otra vez con un extraordinario M’Bolhi. Llegaba el premio (o castigo): Fin del tiempo reglamentario y a la prórroga.

A veces el fútbol es cruel, y hoy fue uno de esos días. Todo el sufrimiento de 90 largos minutos que se esfuma nada más comenzar el tiempo extra. A los dos minutos Schurrle remataba con el tacón un pase de Müller que el hasta entonces imbatible M’Bolhi ya no pudo atrapar. Lejos de derrumbarse, Argelia trató de sobreponerse y buscó el empate a pesar de que los músculos ya no respondían como lo merecía el momento. A falta de un minuto para el 120, Özil puso el 2-0 ante la mirada abatida de los rivales que ya no podían más, pero tendrían su premio, su gol de consolación con el tiempo cumplido por mediación de Djabou. Al final no pudo ser, 2-1. Los zorros del desierto se han muerto con las botas puestas, demostrando que el trabajo, las ganas y el orgullo, a veces, están muy por encima de todo lo demás.

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